Cuatro rosas de viento giran al ritmo de la brisa veraniega de Quito, las cuales parcamente dejan su movimiento porque el sol ofrece sus últimos rayos en la tarde. El caminar peatonal prima sobre el vehicular, la preservación del espacio natural sobre el edificado garantiza la seguridad de los visitantes del parque.
Una pareja sube los 42 escalones para sentarse en el sendero derecho que permite la vista del centro de Quito, en especial de la Basílica. Al costado sur de la cafetería que espera visitantes o alguien hambriento. Hacia el Oeste del parque se observa el monumento a la Cima de la Libertad, el Panecillo, Yaku y el Teleférico.
Si se camina con tranquilidad, sin prisa se podrá escuchar y observar en los millares de pequeñas “cochas” al pato de ceta aliazul, un pajarito pequeñito de color gris. En cambio, si se cuenta con suerte, quedará registrada en la pupila la garcilla estriada, un visitante ocasional del humedal que con su pico largo y azul se baña en el humedal.
Pasear al perro, hacerlo correr en la esquina de las mascotas, es una de las actividades que se pueden realizar en las 54 hectáreas de área verde. Otros de los servicios que ofrece el Itchimbia son, Recorridos Guiados en los que se podrá observar y conocer más flora y fauna recuperada del parque. Asaderos para disfrutar de un día de campo familiar, y el alquiler de bicicletas facilita a los visitantes para que puedan recorrer por las aéreas exclusivas para ciclista.
En la parte central del parque con un área de 3135 metros cuadrados, el Centro Cultural Itchimbía. Una edificación transparente, reforzada con vidrio de 10 y 12 milímetros. En su interior cuenta con salones para conferencias, instalaciones con luces robóticas, circuito cerrado de televisión, visor panorámico, temperatura controlada al interior, y una acústica ideal. Su estructura de origen Belgo, llegó a la ciudad a lomo de mula desde Guayaquil en 1899.
Darío Núñez, malabarista de la casa metro (casa metropolitana de las juventudes), practica tres veces por semana junto a sus amigos técnicas de circo, malabares con los juguetes traídos desde Perú, bicicletas de una rueda y la lucha contra la gravedad pueden ser vistas tres veces por semana en la parte trasera del Centro Cultural.
Una galería de fotos sobre la ciudad reposa en el verde césped. Al otro extremo de la galería, el equipo de futbol de la carrera de mecánica de la Universidad Politécnica, se alista para otra jornada de entrenamiento. Freddy con voz audible reclama a su compañero Tomás Gonzales, el olvido de los balones. Sonrien mientras el entrenador saluda a los 23 futbolistas.
Juan Manuel Saa, estudiante de 18 años mientras guarda sus xapatillas en la mochila de entrenamiento dice que este año aspiran ganar el campeonato interno de facultades. Escogieron el parque para practicar por la cercanía y porque creen que es uno de los parques con mejores canchas para jugar futbol, es tranquilo y no hay contaminación.
El inconfundible mirlo grande, con su plumaje enteramente negro, con pico y patas anaranjadas se lo ve en todas partes del parque, mientras salta o vuela en busca de lombrices. La golondrina venricafe, ausente en la ciudad se la puede ver de mejor manera mientras cae la tarde, vuela en grupo y al igual que el mirlo buscan insectos en el piso.
Una pequeña ave congo o pinchaflor negra hace honor a su nombre, perfora el caliz de las flores para extraer el néctar de estas, por ser muy pequeña se la brislumbra con los últimos toques del sol que reflejan el contraluz de las aves que se encuentran en el Itchimbía, el refugio de las aves en Quito.
La tarde cayó y la pareja ahora cabeza con cabeza miran el ocaso quiteño en el parque Itchimbía. El vuelo del gallinazo negro también realiza los últimos vuelos de la tarde, los futbolistas regresan a su hogar con las piernas doloridas y sus zapatos sucios. Los perros regresan con sus amos y los vehículos descienden nuevamente al ruido de la ciudad.